La Linea del horizonte
2012
VIsta de instalación, 2012, Galería Miau Miau, Buenos Aires
Como una rama
2012
Escultura. Impresión inkjet sobre varilla de madera.
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Peeping tom.
2012
420 x 250 Cm.
Instalación. Paneles de madera con orificios, Un televisor de tubo.
La obra consiste en aislar una sector de la sala mediante la construccion de un
a pared. El espacio adyacente contiene un televisor donde se exhibe un video, el espectador puede espiar a traves de dos orificios.
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Si Internet se perdiese algún día en un temporal y miles de años más tarde fuese hallada como una bóveda subterránea, los hombres encontrarían la manera de adentrarse y descubrirían las imágenes de nuestro tiempo aisladas y regidas por una lengua diferente, corroídas por algún tipo dehumedad binaria. Estas imágenes han estado navegando a la deriva durante siglos y los hombres han perdido todo tipo de lazo con ellas: hay algo en su lógica estética que les parece ajeno y desconocido. A su vez, existen patrones internos con los cuales pueden sentirse identificados, primitivamente entrelazados o conectados. No conocen el significado de esas imágenes e intentan reconstruir su historia, o construir un relato que conecte los tiempos
MONTEVIDEO Edgardo Cozarinsky (texto escrito para la muestra)
Fines de los años 50. Tenía dieciocho años y visitaba Montevideo por primera vez. Con tres compañeros de secundario pasamos la noche en el vapor de la carrera antes de lanzarnos a la exploración de la ciudad vieja. Alquilamos en una pensión cercana al puerto un cuarto de techo muy alto y superficie demasiado estrecha para las cuatro camas que lo llenaban. Nos atraía un mundo que - no lo sabíamos entonces - también existía en Buenos Aires pero encubierto, clandestino; en cambio, todos habíamos oído hablar de los bares y prostíbulos de ese barrio, de su “mala vida”, y no nos separábamos del documento de identidad que certificaba la edad mínima para permitirnos acceder a sus misterios. La noche de invierno, precoz, nos vio vagar por calles poco pintorescas en busca del atisbo o la revelación esquiva. Recalamos en un establecimiento que era - con la distancia de los años lo entiendo - del nivel inferior dentro de la oferta profesional. La señora que nos recibió, y que me pareció una actriz de carácter maquillada como para el escenario, se informó de la suma que estábamos dispuestos a gastar y prometió que algo podría ofrecer a “estos jovencitos porteños tan bien educados”; también agregó que los preservativos serían “atención de la casa”. Durante la espera nos invitó a una salita donde chirriaba un proyector de 16 mm y una sábana hacía las veces de pantalla. En ella desfilaban imágenes rayadas y no siempre en foco: una mujer de carnes poco firmes prodigaba su ternura a un asno complaciente, otras dos se acariciaban y mordisqueaban sobre un diván. Descubrí, más curioso que ese espectáculo, a un hombre mayor sentado a corta distancia de mí. Tenía en la mano una tarjeta de cartón en cuyo centro había recortado un pequeño círculo y la mantenía ante los ojos, moviéndola ocasionalmente. Seguía la proyección a través de ese recurso que le permitía crear primeros planos de detalle en la imagen captada por una cámara perezosa. Al mismo tiempo le aseguraba, en medio de un espectáculo público, la ilusión de espiar una intimidad. Y a mí me regalaba un reflejo tangencial de acciones previsibles, una primera comprensión del voyeurismo.